Del mercado a mi casa, hay una calzada llena de pequeñas tiendas familiares, de inmigrantes, de artesanos. Son pequeños negocios que cuando cierran dejan ver pinturas coloridas en sus fachadas, obra del algún proyecto artístico. Hoy, en esa calle que se llama Chausée d’Ixelles, mientras volvía del mercado, me ha sorprendido en el piso una figura de cartón colorida en el piso. Era una pieza de rompecabezas, completamente abandonada, he pensado en alzarla, pero no, ya para qué. Más adelante, otra pieza, de inmediato la he cogido y la he llevado con urgencia hacia la primera. No encajaban, con tristeza las dejé próximas pero con una distancia prudente que permita darse cuenta que no corresponden la una a la otra. Son piezas de un rompecabezas que nunca más volverá a armarse por completo. Aunque hay una pequeña esperanza que las piezas en algún lugar del infinito, y quizás convertidas ya en otro material en el que ya no se parecen a piezas de rompecabezas, se encuentren con otras piezas que eran las que encajaban. Tal vez en el aire, en las cenizas. O quizás mucho antes, aún siendo piezas en un gran botadero de basuras, y ahí quizás un niño descalzo que trajina su abandono, las encontrará ambas, primero una, luego la otra y al ver que no encajan, probará con otras que ha guardado, y alguna de ellas sí encajará y las unirá, y por un momento su cometido será cumplido, por un momento estarán juntas, como todos, por un momento, sea largo o corto, por un momento. Y quizás estas piezas que hoy no pueden estar juntas, con esa pieza del medio que falta, también estarán unidas. Todos somos parte del mismo rompecabezas.