Hace semanas que mi amiga Carla Rojas, con quien inauguramos el programa televisivo “El mañanero” en el Canal 9, me venía invitando a una reunión de productos de cuidado de la salud. Ella sigue haciendo la conducción del programa y nuestros encuentros casi siempre tienen que ver con el pedido mío de darnos cobertura a las actividades culturales de la Alianza. Durante el festival de Cine Europeo, en diciembre, Carla me había hecho la propuesta de vernos más seguido y ahí lanzó que la acompañara a las reuniones de cuidado de la salud. A mi el tema no me sonaba muy atractivo, pero aprecio mucho a Carla y me era difícil decir un no definitivo. Por muchas razones fui posponiendo el encuentro, primero era la visita de Natalia en Bolivia, luego la guerra de la prefectura y finalmente la última semana no tuve excusa ni conmigo mismo para no ir. Además me quedaba de camino a una cita de vinos y queso en casa de amigos, tenía una media hora fácil para desperdiciar. Carla me recibió con su gran sonrisa como siempre y me hizo tomar asiento. Ahí me encontré con un antiguo amigo de colegio al que también había invitado la misma Carla y que estaba igual de perdido sobre el asunto de la reunión. Luego de ponernos al día en nuestras vidas, me sentí mejor de estar acompañado, no me hacía mucha gracia el ambiente a secta que se veía en los rostros forzadamente sonrientes de quienes frecuentaban el lugar, todos tenían un prendedor en el pecho que decía algo cómo “Tengo el peso ideal, pregúntame cómo”, ya me comenzaron las ganas de irme, pero decidí disfrutar de lo que venía que no prometía ser muy serio.
Nos hicieron pasar a un salón de eventos mediano, con una pequeña pantalla en el frente y música de moda, exactamente era un reguetón: “Atrévete”. Luego de unos minutos, la sala estaba llena y un joven con cara de comedia salió bailando al frente y empezó a hablar un poco atropelladamente como si nos diera la bienvenida a una fiesta, mientras el sector de atrás de la sala aplaudía bulliciosamente, dando alaridos de contento nada naturales. Tragué seco. Nos soltaron un video sobre lo que era Herbalife, todo en inglés subtitulado, una pésima edición que contaba sobre una empresa enorme que se basaba en discursos multitudinarios y vendía bajar de peso y un supuesto bienestar. Luego una chica que a decir verdad era bastante mala oradora -he visto muchos mejores vendedores en las flotas que venden matesitos, collares, baba de caracol y hasta alambres con forma de flores y he estado al borde de comprarles- nos explicó sobre el producto; me causó escalofrío porque se trataba de en vez de comer tomar un jugo espeso en la mañana, otro en la noche (sabor frambuesa y vanilla) en vez de nuestros bifes, silpanchos, ajís de lengua, majaditos, truchas, charque. Ni siquiera tomar una gota de nada más que no sea el dichoso jugo aquel –con consuelo yo pensaba en mi botella de vino y mi queso roquefort que llevaba en mi bolsa-. Pasaron a ofrecernos degustar el producto, era espantoso, la música sonaba “Atrévete, ponte hi”.
El evento comenzaba a durar más de lo previsto y mi celular vibraba, mis amigos me esperaban para la mesa de quesos prometida. Hice un gesto de quererme levantar y en eso vi a Carla que parecía entrar en pánico al ver mi actitud inquieta. Volví a tomar asiento, ahora Carla pasó al frente, primero a cenar, es decir a tomar su jugo que quita hambre y fortalece. Luego explicó mil fórmulas inequívocas para hacerse millonario con la empresa, y yo ya estaba convencido que jamás me metería en una empresa así ni por millones de dólares al día, lo digo en serio. Luego de las mil formas de hacerse rico, comenzaron a desfilar personas que habían enflaquecido y llevaban ganancias de una media de 600 dólares al mes. No lo soporté más, no sé en qué habrá terminado el asunto, ese rato huí precipitadamente, la noche me protegió y el aire fresco me hizo ver que había un mundo también sin obsesiones. Tuve una linda velada en la que comí mucho jamón, quesos, tomamos vino y un poco de cerveza. Carla me llamó a mi celular para decirme si no me animaba a entrar a la empresa. Le dije que no tenía coraje para vender algo en lo que no creía, pero le mandaría clientes.